viernes, 13 de julio de 2007

El nacimiento del mundo





Olofi se paseaba por el espacio infinito donde solo había fuego, llamas y vapores. Sin embargo, aburrido de no tener a alguien con quien hablar, decidió que era el momento de embellecer este sitio, descargando su fuerza de tal forma que el agua calló diluviando.

Hubo partes sólidas que lucharon contra este ataque, así quedaron grandes huecos en las rocas, el océano, donde reside OLOKUN, deidad a la que nadie puede ver, y cuyas formas la mente humana no puede imaginar. En los lugares más accesibles del océano brotó Yemayá con sus algas, estrellas de mar, corales, peces de colores, coronada con Ochumare, el arco iris, y vibrando con sus colores azul y plata. Se la declaró madre universal, madre de todos los Orishas; de su vientre nacieron las estrelles y la luna; este fue el segundo paso de la creación.

Olordumare, Obatalá, Olofi y Yemayá decidieron que el fuego extinguido por algunos lares y que por otros estaba en su apogeo, que fuera absorbido por las entrañas de la tierra, por el temido y venerado Aggayú Solá, en su representación del volcán y los misterios profundos.

Mientras se apagaba el fuego, las cenizas se esparcieron por todas partes formando la tierra fértil, cuya representación es Orichaoko, que la fortaleció, y permitió cosechas y el nacimiento de los arboles, frutos e hierbas.

Por sus bosques deambulaba Osain, con su sabiduría ancestral sobre las propiedades curativas de las hierbas, palos y maderas. Donde cayeron las cenizas, nacieron las ciénagas; de sus aguas estancadas surgieron las epidemias y enfermedades, personificada por Babalú Ayé, Sakpaná o Chapaná.

Yemayá decidió darle venas a la tierra y creó los ríos, de agua dulce y potable, para que cuando Olofi quisiera creara al ser humano. Así surgió Ochún la dueña de los ríos, del amor, de la fertilidad, de la sexualidad. Las dos se hermanaron en un lazo inseparable de incalculable riqueza. Obatalá, heredero de las órdenes dadas por Olofi, cuando decidió vivir detrás de Olorun, el sol, creó al ser humano. Y aquí comenzó el caos; Obatalá, tan limpio y puro comenzó a sufrir los desmanes de los hombre, los niños se limpiaban en él, el humo de los hornos lo ensuciaban, como él era el todo, le arrancaban tiras pensando que era hierba. Obstinado por toda la suciedad, se elevó, y se alojó entre las nubes y el azul celeste. Desde allí observó el comportamiento del ser humano, se dio cuenta que el mundo se poblaba desmesuradamente, al no existir la muerte, decidió crearla, como había creado a los demás Orishas llamándola Ikú.

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